El título puede quedar algo corto, toda vez que el contenido
pretende abarcar aquellas esperanzas que, si bien surgieron en muchos casos
durante una temporada estudiantil, se afianzaron inmediatamente después de
dejar atrás los salones de clases, en aquella etapa obligatoria de baños de
realidad que termina desprestigiando, difamando incluso, lo aprendido a través
de doctos teóricos. De igual manera la pretensión puede, y probablemente lo
hará con mucha diferencia, quedar huérfana ante la inmensa información que
pudiera abarcar, quedando trunca entre desvelos depurados de quienes realmente
fueron más allá de la angurriosa ilusión de enriquecerse a costa del título de
licenciatura.
En efecto, lo que ordinariamente se pretende al escoger determinada
carrera universitaria, es dotarse de las capacidades mínimas para modificar el
entorno. Incluso los más utópicos llegan a creer que reinventarán las
constelaciones y el girar de las órbitas tornara inverso, logrando que gire
alrededor de nuestras máximas el universo entero. Pero ésta avalancha puede
sobrarle al actual costal de harina. Al caso, lo que le compete son aquellos
planes medianamente realizables en el tiempo. Cálculo circunstancial que
pudiera basarse en reivindicaciones positivas que alimentaron la esperanza,
toda vez que las coyunturas atravesadas brindaron de ciertas luces que hicieron
creíble la asimilación de algunos retos a futuro.
Entrando en materia, considero prioritario enfatizar en la
utopística de democratización, la cual se basó en la época de nuestros padres
en una abolición de las dictaduras autoritarias, llevándonos a los sucesores a
pretender su perfeccionamiento dentro de sistemas más participativos.
Personalmente considero que ahí radica una de las mayores sesiones anarquistas
de nuestra historia contemporánea, pues perdimos el monopolio de las ideas
municipalistas y de participacionismo derivado de la democracia directa, (claro
ejemplo de esto es la vilipendiada y ultrajada participación popular y otras
grandes reivindicaciones entonadas bajo el coro de “tierra y libertad” ora “sin
dios ni amo”) para que el clamor popular ejerciera plenamente su voz.
En efecto, lo que a principios del milenio vivimos como
propugna constante de un nuevo poder constituyente, era básicamente el
requerimiento, la exigencia de mayor inclusión, no así una tergiversada pugna
separatista que acentuara las diferencias y marcara profundos pozos de
discriminación. De la misma manera que se quiso incrementar las cuotas
individuales de administración de nuestro propio entorno, lo cual devino
contrariamente en un chovinismo ultracentralista que está arrasando con las
raíces de la cosa pública.
Arrastrados sueños de viejas utopías, que antaño sonaban con
banda triunfal y al pasar los tiempos anquilosaron en decepciones, degeneraron
en el poder absoluto de caudillos, engendraron nuevamente las agonizantes
corruptelas, revivieron los orfismos de la ética plural y convenenciera de lo
público.
Sueños, sueños de aula, sueños con serpientes de mar,
transparentes, que se devoran a leviatán para luego engullirse a sí mismas…
irónicos sueños que acarrean la paradoja de la resignación, pues en definitiva
lo frustrante de cada sueño es que siempre despertarás antes de culminarlo y
sin saber siquiera qué te hizo sudar tanto.
¡Despertares con olor a látigo, camuflados sínicamente bajo
la prebenda y el arte del fraude!
Ahora queda secarse las lágrimas y el sudor, poner
nuevamente empeño desenmascarando vulpejas y, luego de un buen chocolate
caliente, volver a soñar mientras aún esté permitido.
20/01/2014